24 set 2009
Por Silvio Avilez Gallo
Ex Embajador de Nicaragua en Chile
Cavaleiro do Templo: abaixo vocês lerão um artigo onde Lula é classificado como traidor. Isto nunca aconteceu, pelo menos não neste caso Honduras. Traição seria se Lula tivesse negado ao Foro de São Paulo a tentativa de se estabelecer naquele país mais uma das sociedades de, para e por sociopatas do Foro de São Paulo. Temos que avaliar juntos, todo o continente, quem colocamos no poder. Criaturas que deliram com o que não existe (igualdade) ou não possível sem definição prévia - coisa mais óbvia do mundo (liberdade) não podem ser colocadas para dirigir o time de futebol de mesa do bairro.
La República Federativa del Brasil se ha ganado un lugar respetable en el seno de los países latinoamericanos no sólo por la inmensidad de su territorio y por contar con la población más numerosa, sino también porque a través de sus 187 años de vida independiente ha dado ejemplo de cohesión en un continente donde las luchas fratricidas lograron desintegrar la unidad de lo que debió ser la otra gran mitad del legado colonial hispano-lusitano.
A diferencia de sus vecinos, el Brasil no proclamó su independencia de manera violenta ni adoptó inmediatamente la forma republicana de gobierno, a imitación de los Estados Unidos, puesto que la separación de la metrópoli no fue traumática sino gradual y absolutamente pacífica, ya que Pedro I asumió la corona como Rey del Brasil, hijo del monarca de Portugal, y fue proclamado emperador del Brasil en 1822. Muy inteligentemente, Portugal y el Imperio del Brasil forjaron una estrecha relación que evitó al naciente país el paso por las convulsiones dejadas por las guerras intestinas y con sus vecinos y le permitió consolidar su unidad y desarrollarse como nación hasta las postrimerías del siglo XIX, cuando adoptó el régimen republicano. La República fue proclamada en 1889, cuando la mayor parte de sus vecinos ya habían conocido el fraccionamiento, la dictadura, las revoluciones, la ocupación extranjera y los inevitables despojos territoriales. De haber seguido el ejemplo de sus hermanos, el Brasil sería hoy día seguramente un conglomerado repúblicas de habla portuguesa, unidas por la lengua y la historia común como lo son los países al sur del Río Grande.
El actual mandatario, Luis Inácio Lula da Silva, había demostrado durante su gobierno mucha habilidad para mantenerse al margen del enfrentamiento que caracteriza a varios países de la región a causa de la beligerancia del dictador venezolano Hugo Chávez y su pretensión hegemónica de imponer su utópico y trasnochado socialismo del siglo XXI bajo la seductora y tramposa denominación de “Revolución Bolivariana”, a la usanza de la izquierda carnívora, que utiliza los nombres de héroes americanos como Bolívar, Morazán, Zapata, Sandino y otros para sus fines aviesos. Lula da Silva había logrado hasta ahora mantener una prudente distancia de su par venezolano, a pesar que ideológicamente está más que identificado con la causa de un izquierdismo un tanto más moderado —la izquierda vegetariana— como el que defienden otros mandatarios de la región. Pero la crisis hondureña hizo que finalmente se quitara la careta de moderado y apareciera finalmente el rostro inconfundible del sindicalista resentido.
Haciendo causa común con Chávez, Castro, Correa, Ortega, Morales, Obama y demás integrantes del “Club de los Zurdos”, el Presidente Lula da Silva acaba de ser protagonista de un vodevil con la repentina aparición del depuesto aprendiz de dictador Manuel Zelaya en la sede diplomática brasileña en Tegucigalpa. No es necesario mencionar al autor del libreto porque se sabe de sobra quién es. Lo grave en este caso es que Lula haya osado exponer y arriesgar su bien ganado prestigio de moderado al prestarse a una maniobra digna de típicos dictadorzuelos como los que abundan en la cuenca del Caribe. Es evidente que para asegurar el éxito de la comedia montada, el mandatario carioca debió consultar y coordinar la estrategia con las altas esferas que habitan en las márgenes del Río Potomac, sede del poder real en materia de política exterior en la región latinoamericana.
Por supuesto que el Brasil, como representante de una tradición de vieja data que ha hecho del asilo político una de las conquistas del derecho internacional americano, tiene plena potestad de recibir a Manuel Zelaya en la sede de su representación diplomática en Tegucigalpa y otorgarle protección. Sólo que hizo falta que comunicara su decisión a las autoridades legítimas del gobierno hondureño, en este caso el Ministerio de Relaciones Exteriores, y solicitara al mismo tiempo el otorgamiento del correspondiente salvoconducto para que el presunto asilado salga del país. Hata ahora esto no ha sucedido, posiblemente debido a la falta de reconocimiento, por parte del Brasil, del gobierno del Presidente Micheletti. Pero esto no sería ningún obstáculo para la hábil diplomacia brasileña, que de sobra sabe que una nota verbal a la Cancillería en nada compromete al Jefe de Misión ni implica reconocimiento de un gobierno calificado como de facto, En la historia diplomática latinoamericana hay varios ejemplos al respecto. Conociendo el bien merecido prestigio que goza la diplomacia profesional de Itamaraty, semejante traspié resulta incomprensible. Al parecer, la burda puesta en escena de la obra no tuvo en cuenta estos bemoles, que no pasan desapercibidos para quienes ven un poco más allá del largo de su nariz…
¿Qué pretende el gobierno brasileño con esta jugada indigna de un país con sueños y vocación de gran potencia? ¿Quién fue el “genio” que aconsejó semejante maniobra? ¿Acaso algún representante del increíble eje La Habana-Caracas-Washington? Lamentablemente, el Presidente Lula parece no haber meditado seriamente la movida y los costos que éstos implican para el prestigio y la tradición de la diplomacia de Itamaraty. Una vez más, la confabulación del zurdismo internacional se echó a la bolsa al representante de un país que hasta ahora había concitado la admiración y el respeto de sus vecinos. Para la diplomacia brasileña, habrá un antes y un después de Honduras. Un gigante con pies de barro se ha desmoronado por obra de un hábil liliputiense, o si se quiere, Goliat ha caído abatido por el pequeño David, en este caso orgulloso representante de la dignidad centroamericana.
A guisa de colofón, podemos recordarle al Presidente Lula da Silva la famosa y trágica frase pronunciada por Julio César, cuando fue alevosamente asesinado víctima de un complot urdido por los senadores romanos: “Tu quoque, Brute?” (¿Tú también Bruto?).
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